Desde tiempos remotos la historia de la humanidad ha sido bastante cíclica. Esto a nivel de imperios, continentes, países y civilizaciones. Toda clase de conflictos, auges y caídas experimentadas en diversos períodos de la historia traen consigo una variedad de factores bastante disimiles entre sí en algunos casos.
Lo ocurrido en los últimos años en América Latina, sin embargo, resulta de particular interés porque, a diferencia de lo ocurrido en otros períodos de la historia, la grave crisis política e institucional que azota a los países de esta región pareciera ser el resultado de una lección brindada por la historia hace muchos años atrás y que no se aprendió.
El Plan "Maestro"
Era ya 1990 cuando la URSS daba sus últimos suspiros...el muro ya había caído, y el socialismo navegaba en los negros mares de la derrota. La hermosa utopía que parecía viable, que trajo la pose de los puños en alto, el espíritu combativo y el sueño del hombre nuevo a los jóvenes sesenteros quedaba reducida a cenizas. El desafío era colosal. Persistir y mantenerse vigente era cosa de vida o muerte, y finalmente no tardó mucho en constituirse.
El foro de Sao Paulo sería la nueva matriz que daría oxígeno a estas viejas huestes que, tomando nuevas banderas y conflictos a resolver, se alzaron como el ave fénix desde las cenizas llevando a cabo la masiva implementación de un plan de toma del estado por vías institucionales y más sublimes si se quiere. A poco andar aparecieron los nuevos experimentos de laboratorio comandados por la dictadura castrista, a saber: Luiz Inácio Lula Da Silva en Brasil; Hugo Chávez, el soldado golpista que conquistaría las urnas Venezolanas en 1998 y su sucesor, Nicolás Maduro; Néstor Kirchner, el perón del siglo XXI de la Argentina y su sucesora, Cristina Fernández; Rafael Correa, el príncipe de Ecuador; Evo Morales, el niño símbolo de la meritocracia populista en Bolivia y, finalmente, Michelle Bachelet en Chile.
Las Nuevas banderas a conquistar serían la justicia social, la lucha contra la desigualdad, la redistribución de la riqueza, la defensa de las minorías sexuales -vaya vuelco después de haberlos despreciado, mandado a campos de concentración y haberlos matado- el ecologismo, el desarrollo sustentable, y el indigenismo. Una combinación de pantalla perfecta para encantar a una parte de la población que se sabía golpeada por sus entornos en el diario vivir.
Temblor...terremoto...tsunami
Muchos se preguntarán qué tienen en común los personajes anteriormente mencionados, fuera de ejercer o haber ejercido la primera magistratura de la nación o de pertenecer al mismo espectro político. Pues bien, la respuesta se encuentra enraizada en el foro anteriormente mencionado, cuyos ejes son la producción de pequeños temblores que comienzan con la utilización de la democracia como mero instrumento para la conquista del poder, seguido de la captura del estado por medio de la saturación del aparato público, sobre dotándolo de carga laboral, un excesivo gasto público para satisfacción de necesidades directas; siguen posteriormente con un terremoto que da un golpe cuasi mortal a la actividad productiva de los países por medio de impuestos fuertemente progresivos, la instalación de feroces barreras de entrada a nuevos competidores e impuestos, centralización de los medios de comunicación, vulneración de derechos fundamentales como el derecho a herencias en el caso de Ecuador, emisión ilimitada de dinero, estanflación, hambruna, importación de bienes y servicios básicos, falta de seguridad y falta de disciplina.
Como en todo terremoto, la eventualidad de un posterior tsunami siempre queda latente, y en estos casos se refleja en un estado de guerra interior entre civiles que luego de toda esta cantidad de grietas producidas, terminan por exterminarse y depredarse de manera inmisericorde. En contraste, los líderes populistas del siglo XXI se enriquecen a costa de su pueblo, a través de la corrupción, lavado de dinero, financiamiento delictual de la política, o crímenes contra el poder judicial para evitar develar el encubrimiento de otros crímenes como el caso del atentado a la AMIA en Argetina, en 1994.
Como ningún basural es para siempre, no queda más que recoger lo que toda ola bota...la carga laboral para este desafío es muy pesada, pues no es tarea fácil recomponer y re unificar países que en tan poco tiempo pueden agrietarse tan fácilmente...lo cierto -y lo bueno en este caso- es que al parecer la justicia acelera la velocidad con que llega, y la condena dictada a Lula Da Silva, cuyo efecto se podría repetir en Argentina, son una señal de que, pese a toda grieta que fracture a una sociedad, siempre es posible levantarse una y otra vez.
Lo ocurrido en los últimos años en América Latina, sin embargo, resulta de particular interés porque, a diferencia de lo ocurrido en otros períodos de la historia, la grave crisis política e institucional que azota a los países de esta región pareciera ser el resultado de una lección brindada por la historia hace muchos años atrás y que no se aprendió.
El Plan "Maestro"
Era ya 1990 cuando la URSS daba sus últimos suspiros...el muro ya había caído, y el socialismo navegaba en los negros mares de la derrota. La hermosa utopía que parecía viable, que trajo la pose de los puños en alto, el espíritu combativo y el sueño del hombre nuevo a los jóvenes sesenteros quedaba reducida a cenizas. El desafío era colosal. Persistir y mantenerse vigente era cosa de vida o muerte, y finalmente no tardó mucho en constituirse.
El foro de Sao Paulo sería la nueva matriz que daría oxígeno a estas viejas huestes que, tomando nuevas banderas y conflictos a resolver, se alzaron como el ave fénix desde las cenizas llevando a cabo la masiva implementación de un plan de toma del estado por vías institucionales y más sublimes si se quiere. A poco andar aparecieron los nuevos experimentos de laboratorio comandados por la dictadura castrista, a saber: Luiz Inácio Lula Da Silva en Brasil; Hugo Chávez, el soldado golpista que conquistaría las urnas Venezolanas en 1998 y su sucesor, Nicolás Maduro; Néstor Kirchner, el perón del siglo XXI de la Argentina y su sucesora, Cristina Fernández; Rafael Correa, el príncipe de Ecuador; Evo Morales, el niño símbolo de la meritocracia populista en Bolivia y, finalmente, Michelle Bachelet en Chile.
Las Nuevas banderas a conquistar serían la justicia social, la lucha contra la desigualdad, la redistribución de la riqueza, la defensa de las minorías sexuales -vaya vuelco después de haberlos despreciado, mandado a campos de concentración y haberlos matado- el ecologismo, el desarrollo sustentable, y el indigenismo. Una combinación de pantalla perfecta para encantar a una parte de la población que se sabía golpeada por sus entornos en el diario vivir.
Temblor...terremoto...tsunami
Muchos se preguntarán qué tienen en común los personajes anteriormente mencionados, fuera de ejercer o haber ejercido la primera magistratura de la nación o de pertenecer al mismo espectro político. Pues bien, la respuesta se encuentra enraizada en el foro anteriormente mencionado, cuyos ejes son la producción de pequeños temblores que comienzan con la utilización de la democracia como mero instrumento para la conquista del poder, seguido de la captura del estado por medio de la saturación del aparato público, sobre dotándolo de carga laboral, un excesivo gasto público para satisfacción de necesidades directas; siguen posteriormente con un terremoto que da un golpe cuasi mortal a la actividad productiva de los países por medio de impuestos fuertemente progresivos, la instalación de feroces barreras de entrada a nuevos competidores e impuestos, centralización de los medios de comunicación, vulneración de derechos fundamentales como el derecho a herencias en el caso de Ecuador, emisión ilimitada de dinero, estanflación, hambruna, importación de bienes y servicios básicos, falta de seguridad y falta de disciplina.
Como en todo terremoto, la eventualidad de un posterior tsunami siempre queda latente, y en estos casos se refleja en un estado de guerra interior entre civiles que luego de toda esta cantidad de grietas producidas, terminan por exterminarse y depredarse de manera inmisericorde. En contraste, los líderes populistas del siglo XXI se enriquecen a costa de su pueblo, a través de la corrupción, lavado de dinero, financiamiento delictual de la política, o crímenes contra el poder judicial para evitar develar el encubrimiento de otros crímenes como el caso del atentado a la AMIA en Argetina, en 1994.
Como ningún basural es para siempre, no queda más que recoger lo que toda ola bota...la carga laboral para este desafío es muy pesada, pues no es tarea fácil recomponer y re unificar países que en tan poco tiempo pueden agrietarse tan fácilmente...lo cierto -y lo bueno en este caso- es que al parecer la justicia acelera la velocidad con que llega, y la condena dictada a Lula Da Silva, cuyo efecto se podría repetir en Argentina, son una señal de que, pese a toda grieta que fracture a una sociedad, siempre es posible levantarse una y otra vez.
Excelente entrada!
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