Esta columna será un tanto distinta a las escritas anteriormente. Puede transformarse básicamente en un relato de lo que ha sido mi historia y experiencia de ser chileno, o bien, una especie de declaración de principios asociada a la coyuntura política. O ambas incluso.
Nací en Octubre de 1990, apenas siete meses de haber comenzado la transición a la democracia. Crecí en un país donde el ejercicio de la cautela y la sensación de ir tentando suerte en política era cosa frecuente; mal que mal Pinochet era un actor político y militar de rol protagónico en la escena, y la sociedad era, al menos, lo suficientemente consciente de vivir en un ambiente feble. No pocos se alarmaron y angustiaron tras el asesinato de un senador de la república en 1991, un hecho sin precedentes. Sin embargo, conforme pasaron los años se observaba un ambiente político institucional que, a pesar de sus conflictos, errores y disensos diarios, se encargaba de trabajar por resguardar y hacer prevalecer el sostenido funcionamiento de una república que tenía (y tiene) el constante deber moral de sostenerse. El resultado se reflejó en no pocos aspectos: la considerable mejora en el nivel de vida de la población, que fue capaz de reducir sus niveles de pobreza en 37 puntos porcentuales en pocos menos de 30 años; prescindir de servicios educacionales e incluso de salud municipales en forma progresiva; un creciente número de estudiantes provenientes de familias de sectores medios y bajos que accedían a la educación superior, etc. La lista suma y sigue.
Para que todos los indicadores antes mencionados resultaran, se requería de aspectos muy puntales. En primer lugar, un marco de bases institucionales que permitieran controlar el poder y la acción política; en segundo lugar, normas que salvaguardaran y reconocieran garantías constitucionales, derechos y libertades individuales y, finalmente, una clase política capaz de interpretar el marco jurídico-político de manera tal de propender a la progresiva independencia, autonomía, desarrollo espiritual y material de sus gobernados. Ese marco de convivencia política es el que hoy se ve fuertemente amenazado...
Hablamos de una especie de tsunami que se manifiesta como una marea originada principalmente por parte de quienes son hijos de esta época de desarrollo que son relativamente fáciles de identificar. Hablamos de seres carcomidos por sus muchos fracasos, sus renacidas ambiciones e ideas, y la elucubración y propagación de un relato que penetró en el inconsciente colectivo. Su resultado trajo consigo la configuraron y germinación de una sensación de malestar que, por muy justificada en diversos aspectos, se encuentra muy lejos de alcanzar una solución que conduzca a un estado de cosas mejor que el conocido hasta ahora a través del camino que se ha impuesto por la fuerza y a punta de lobby y transacción. Prácticas tan despreciadas por ellos.
Su impacto es tal, que se ha llegado a co-existir con las más inimaginables conductas: desde la desvergüenza de infringir las normas que políticos juraron defender hasta mirar al pasado renegando de todo lo realizado hacia atrás. Todo con tal de satisfacer y validar el relato político de quienes ejercen como neo inquisidores que se arrogan toda clase de atribuciones. La más elemental de todas, la facultad de dictar juicios de valor respecto de qué está bien, qué está mal, cómo deben hacerse las cosas de ahora en delante y, peor aún, sin tener ninguna credencial histórica que respalde y evidencie que su magna obra político filosófica es la panacea a los problemas de la humanidad.
Me rehúso a aceptar y validar este estado de cosas. No vacilo un instante frente a todo lo antes expuesto manifestando un rotundo y total rechazo. Un rechazo no solo a los hechos de violencia y destrucción acaecidos desde el 18 de octubre de 2019. Un rechazo principalmente, a todo aquello que está detrás de esa puesta en escena, que es la demostración palmaria de un sentimiento insurreccional cuyo único objetivo es el de rediseñar la institucionalidad de un país para someter a sus con-ciudadanos a su interpretación legal y filosófico política del mundo. Un rechazo a la idea de poner en tela de juicio o someter a discusión el reconocimiento de derechos que se han propagado en libertad de acción. Un rechazo a discutir respecto de la propiedad privada y la majadera insistencia por atacarla; especialmente por parte de aquellos que se han visto enormemente favorecidos por ella, y que es pieza clave en el desarrollo de una economía libre y niveles de interacción altamente civilizados entre distintas partes. Un rechazo a la idea de aceptar un cambio de reglas de juego bajo la promesa de asignar un falso protagonismo a una sociedad que, en concreto, busca corregir sus miserias y obtener cosas sin entender que el sentimiento de deseo por ellas nunca se satisface. Un rechazo a la idea de someter a escrutinio y cuestionamiento una carta magna que, siendo modificada más de un centenar de veces en los últimos 40 años, es el fiel reflejo de que se puede construir una sociedad en constante progreso sin importar los orígenes históricos de su norma madre. Dicho de otra manera , se puede hacer propia una carta fundamental generación tras generación, tal como ha ocurrido con otras cartas fundamentales en el mundo.
Se trata, en definitiva, de rechazar una fórmula basada en preceptos políticos que en los últimos 100 años han fracasado en todo lugar que se ha implementado, y que hoy se visten con ropajes nominales como régimen de lo público, igualdad, progresismo, o solidaridad. Todos conceptos que, para ser implementados han requerido a lo largo de la historia justamente de lo contrario: coacción, derechos y libertades conculcadas, improductividad, represión, censura, terror, distorsión, corrupción, entre tantos otros.
Claro está, que las graves fallas de nuestra casta política, económica y comunicacional, demoraron nuestro desarrollo y nos condujeron hacia la situación presente: una en que la única posibilidad de poder superar con razón esta crisis se manifiesta en el reconocimiento de nuestra historia reciente. En el fondo, es un asunto de frenar y contrarrestar el irresponsable frenesí refundacional y el primitivo instinto de aplicar tabula rasa a una historia que no lo merece. Esa tarea es la impronta a asumir: defender el país en que queremos seguir viviendo; corrigiendo sus errores, examinando las malas decisiones, y ante todo, fortaleciendo todo aquello que nos potenció. No fue casualidad el trabajo que constituyó a Chile en ejemplo y estupefacción para Latinoamérica y el mundo. Ese trabajo se comienza a defender hoy, ahora...y yo lo defiendo votando rechazo, como acción inicial para disputar la hegemonía política y cultural de la libertad para mi país.
Excelente. Grande Carlos
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