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¿Qué es educar hoy?

La Doctora en intervención en pedagogía y psicopedagogía Elia Mella, en un ensayo titulado "La Educación en la sociedad del conocimiento y del riesgo"  señaló - a modo de resumen - lo siguiente: "los desafíos que la sociedad actual le plantea a la educación se consideran desde la perspectiva de la construcción del conocimiento... proponiendo el desarrollo de competencias profesionales, que posibiliten que las personas, en el contexto de la sociedad del conocimiento y del riesgo, sean capaces de posicionarse e integrarse en ella."

Dicho proceso supone recorrer un largo camino compuesto por diferentes características esenciales a la hora de lograr que nuestros actuales educandos se conviertan el día de mañana no sólo en meros profesionales, sino también en personas capaces de dominar destrezas y habilidades que les permitan comprender, de manera libre, sagaz, profunda y crítica el mundo que los rodea.

Justamente por las razones anteriormente mencionadas es que se encendieron las alarmas al conocer los resultados de la prueba SIMCE de escritura de alumnos de sexto año básico 2016. Dichos resultados arrojaron que un 51% de los textos informativos escritos por los alumnos poseen ideas que no se comprenden o son difíciles de entender, cifra que en los narrativos sube a un 56%. A su vez, un 50% logra enunciar o desarrollar una idea de manera general en un texto narrativo, cifra que en los informativos se empina a un 64%.

Si un niño de 11 o 12 años presenta dificultades para desarrollar ideas, o peor aún, no es capaz de expresarlas por escrito, ¿qué posibilidades reales tendrá de desarrollar las competencias necesarias para desenvolverse de manera adecuada en el ámbito académico y profesional en el futuro? ¿serán realmente los contenidos o estrategias de aprendizaje los únicos factores relevantes a la hora de corregir y mejorar estos indicadores? ¿se requiere una mayor dedicación a las horas de escritura para potenciar las habilidades de los estudiantes?

Frente a este panorama, Alejandra Meneses, del centro de didáctica de educación de la Pontificia Universidad Católica (PUC), sostuvo que la solución pasa por aumentar la escritura en la sala de clases. Otros expertos han señalado la importancia de modernizar los instrumentos con que se evalúa el progreso de los alumnos. Mucho también se suele oír respecto del papel que juega el profesor en el proceso educativo, especialmente en los colegios.

El asunto es más complejo que todo aquello. Como mencioné al principio de esta columna, la clave del éxito en la formación académica y educación de los alumnos pasa por generar en ellos las destrezas o hábitos que les permitan proyectar y cultivar las capacidades necesarias para entender los contenidos que son objeto de su estudio. Saber identificar conceptos, separar cada cosa por determinados criterios, discriminar, resolver, analizar, desarrollar ideas, deducir, discutir, concluir, sintetizar, entre otras. Cuando a un niño se le pide que lea un cuento o una novela, el objetivo no es simplemente que almacene de memoria los datos incluidos en esa obra, si no más bien que cultive el acto de leer, que implica imaginar, usar el raciocinio para ir entendiendo lo que se lee, y para ello se necesita un elemento que ha desaparecido de nuestro vocabulario denominado disciplina. La disciplina es el hábito y la característica que permite a cada aprendiz lograr sus objetivos. Ella demanda una alta dosis de concentración, ejercitación mental, frecuencia en la actividad que se realiza para lograr desarrollar una habilidad y, por ende, progresar.

Cuanto más nos alejamos de la disciplina, del cultivo de la imaginación y el pensamiento, y de la discusión acerca del propósito de educar a los jóvenes en este siglo XXI, más frecuente será observar los magros resultados obtenidos en las denominadas pruebas estándar. Un profesor que en el siglo XXI sigue preocupado de entregar conocimiento, sin guiar la búsqueda de este y estimular los cerebros de sus alumnos, difícilmente podrá contribuir a mejorar la performance académica en el aula. Por otra parte, un alumnado que no tiene hábitos de estudio, que no investiga, que no se informa, que no analiza los hechos que ocurren en su entorno y no se cuestiona lo que está a su alrededor, difícilmente podrá mejorar su desempeño y manejo de destrezas en situaciones específicas.

La solución pasa entonces por establecer un propósito educativo claro en nuestro país. Establecer esos propósitos en este siglo implica asumir que la era de la información y la proliferación de la tecnología facilitan aún más el acceso al conocimiento, que éste se encuentra en todo tipo de redes y plataformas y, por tanto, la clave está en ayudar a orientar la búsqueda, análisis y comprensión del mismo. Para alcanzar dicha meta se requiere, una vez más, de disciplina, de constancia, de persistencia y tenacidad para examinar cada uno de los estímulos y contenidos estudiados, además por supuesto, de alimentar en las actuales generaciones estudiantiles un sentido de constante cuestionamiento a lo que se transmite, por medio de cultivo de la lectura, ejercitación, la conversación frecuente, y ante todo, la preparación para la realidad que viene, una realidad robotizada, que reemplaza el capital humano reduciendo costos de producción y optimizando del tiempo. En conclusión, una era donde la supervivencia humana será trascendental.

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