Los resultados electorales ya están sobre la mesa. Hay presidente electo, vencedores y vencidos. Sin embargo, hay dos hechos que particularmente llaman la atención. El primero es de carácter electoral, porque si bien es cierto la mayoría intuía mayores probabilidades de triunfo para Sebastián Piñera, nadie presagiaba que esa victoria sería tan contundente como lo fue.
Sin embargo, un segundo elemento bastante curioso fue el que aportó el senador Andrés Allamand al señalar que Sebastián Piñera alcanzó la presidencia gracias al voto de centro. Así, sin más, ese espectro político conocido como el centro, que se daba por vaciado y perdido hace un mes, hoy para algunos resultó ser un actor más que relevante en el escenario electoral. Yo diría más bien clave para un eventual triunfo del abanderado de Chile Vamos. Es justamente en base a ese enunciado, y para cuestionamientos constantes que se han desencadenado en el pensamiento político, que una de las preguntas que, a mi juicio, merece ser analizada (y de ser probable, contestada) es justamente esta: Qué es ser de centro?
Por el lado de la izquierda, luego del derrumbe de su fracasado modelo llamado socialismo, ésta se ha focalizado en tomar nuevas banderas y posturas que le permitan refrescar y tratar de mantener su subsistencia en los tiempos modernos -progresismo, feminismo, minorías sexuales, energía sustentable, indigenismo, entre otras- . Todas ellas asociadas a aspectos culturales, que recuerdan el legado de Antonio Gramsci por dar la batalla de las ideas, que desencadenan en una conjunción de fenómenos denominada marxismo cultural.
El ala derecha, por el contrario, ha hecho modificaciones significativamente menores a sus planteamientos. Y ello por razones obvias, pues la defensa de pirncipios como el liberalismo clásico, o los denominados libertarios de hoy de restituir al individuo como fin en sí mismo por sobre el colectivo, la libertad de expresión, la propiedad privada, la responsabilidad individual, entre otros códigos, no han hecho más que perdurar con fuerza y vigorosa vigencia en la mente y conciencias de los cerebros humanos que han llevado a los países desarrollados a conquistar dicho umbral.
Vida, Pasión y Muerte...
En el centro, sin embargo, pareciera ser imposible lograr la misión de dar una forma más definida a su razón de ser. Durante el siglo XX, se consideró que el centro político tenía la misión de articular una alternativa frente a un país y un mundo en creciente polarización. Al principio esa alternativa se vió encarnada por los radicales. Sin embargo, no fue sino hasta 1957 cuando se produce el nacimiento de la Democracia Cristiana que se habló de un centro político propiamente tal. Una vertiente que en plena guerra fría se enarbolaba como la alternativa a los mundos occidental y soviético. Inspirada en la cuestión social y el humanismo cristiano de Jacques Maritain, la DC, ese partido, originado en sectores acomodados con conciencia social, representó una especie de refugio de ciudadanos de todos los estratos sociales, que sintió la responsabilidad de erigirse como alternativa para sectores medios que navegaban en una deriva ideológica con la que no comulgaban, y terminó por abarcar desde las clases medias del banco del estado hasta juntas de vecinos y centros de madres de sectores populares.
Parecía ser que el centro adquiría por un largo tiempo un espectro político claro, anclado en los principios cristianos y asociados en términos prácticos a la esplendorosa social democracia de los años 60 y 70, que oscilaba sin problemas entre sectores de centro-izquierda y centro-derecha. Sin embargo, todo ello se derrumbó con la instalación de la denominada globalización y el término de la guerra fría. Pensamientos distintos lograron entre mezclarse, formando nuevas e híbridas combinaciones que dadas las nuevas formas de intercambio de bienes, servicios, ideas y principios configuraron un mapa político que, en el caso de Chile, fueron despolitizando poco a poco a la sociedad, hasta provocar un estado de desafección con los partidos en general. Esa democracia cristiana se fue desligando de una clase media que sustituía esos principios por tácticas asociadas al pragmatismo del cotidiano. El costo significó perder progresivamente más de 1 millón de votos, no enfrentar las graves fallas políticas que azotaron sus principios para finalmente terminar siendo el vagón de cola de una coalición que los dejó sin doctrina, sin proyecto, y sólo reservando cuotas de poder.
Un nuevo referente?
Como resultado de aquello, se comenzó a expandir lo que años más tarde el ex candidato presidencial Pablo Longueira denominaría el centro social. Una especie de mayoría silenciosa que camina el día a día distante de las coyunturas políticas, fuertemente ligada al pragmatismo, y cuyo foco es el de expandir su progreso a los más vastos niveles obteniendo los mayores espacios de libertad posible. Ese centro social fue el que aspiró a representar dicho candidato, pero sin embargo tras vencer en las primarias de su sector y comprobar que fue en los sectores acomodados donde pudo vencer, todo ese planteamiento se derrumbó. Desde entonces, un no despreciable número de candidatos, autoridades y movimientos políticos emanados de una evidente megalomanía narcisista han intentado dar vida a fuerzas y/o partidos de centro. Todos ellos, sin éxito. No ha habido hasta hoy grupos importantes de personas que se identifiquen fundamental e ideológicamente con el denominado centro político propuesto por líderes como Andrés Velasco o Lily Pérez y que terminen aglutinados en base a ideas u objetivos específicos.
Si tomamos en cuenta la clara polarización que ha vivido el país, las posibilidades de un centro fuerte y consistente disminuyen. Por el contrario, la década de los 90 con la concertación enraizó a un grupo de individuos con el denominado espectro de centro, que manifestaba una evidente conformidad con su progreso personal respaldada por la política de los consensos de aquellos años, cuyo sustento era el proyecto común de restablecer un régimen republicano de libertad.
Contrariamente, el escenario hoy es totalmente distinto, con un oficialismo que pasará a disputar la oposición política con la izquierda más definida en términos duros, y una oposición cuya ruta futura de gobierno a partir de Marzo no será fácil de cimentar. Se visualiza también un país lleno de ciudadanos de a pie en todos los estratos sociales, que se acostumbraron a la praxis, que confían cada vez más en su criterio personal en vez del manejo político de los asuntos sin poder estudiar con claridad qué es lo que en términos concretos persiguen en el ámbito político. Otro factor no menor son las tantas revueltas, sucesos y resultados inesperados, votos febles en función de candidatos más que de proyectos, y un salto de vallas cada vez más bajas para trasladarse desde una organización a otra. Dada esta incierta mescolanza que espera a Chile en los próximos años, ahora más que nunca no deja de ser atractivo e interesante intentar resolver este eterno misterio, que en términos ideológicos para muchos sigue sin respuesta: Hoy, Qué es ser de centro?
Sin embargo, un segundo elemento bastante curioso fue el que aportó el senador Andrés Allamand al señalar que Sebastián Piñera alcanzó la presidencia gracias al voto de centro. Así, sin más, ese espectro político conocido como el centro, que se daba por vaciado y perdido hace un mes, hoy para algunos resultó ser un actor más que relevante en el escenario electoral. Yo diría más bien clave para un eventual triunfo del abanderado de Chile Vamos. Es justamente en base a ese enunciado, y para cuestionamientos constantes que se han desencadenado en el pensamiento político, que una de las preguntas que, a mi juicio, merece ser analizada (y de ser probable, contestada) es justamente esta: Qué es ser de centro?
Por el lado de la izquierda, luego del derrumbe de su fracasado modelo llamado socialismo, ésta se ha focalizado en tomar nuevas banderas y posturas que le permitan refrescar y tratar de mantener su subsistencia en los tiempos modernos -progresismo, feminismo, minorías sexuales, energía sustentable, indigenismo, entre otras- . Todas ellas asociadas a aspectos culturales, que recuerdan el legado de Antonio Gramsci por dar la batalla de las ideas, que desencadenan en una conjunción de fenómenos denominada marxismo cultural.
El ala derecha, por el contrario, ha hecho modificaciones significativamente menores a sus planteamientos. Y ello por razones obvias, pues la defensa de pirncipios como el liberalismo clásico, o los denominados libertarios de hoy de restituir al individuo como fin en sí mismo por sobre el colectivo, la libertad de expresión, la propiedad privada, la responsabilidad individual, entre otros códigos, no han hecho más que perdurar con fuerza y vigorosa vigencia en la mente y conciencias de los cerebros humanos que han llevado a los países desarrollados a conquistar dicho umbral.
Vida, Pasión y Muerte...
En el centro, sin embargo, pareciera ser imposible lograr la misión de dar una forma más definida a su razón de ser. Durante el siglo XX, se consideró que el centro político tenía la misión de articular una alternativa frente a un país y un mundo en creciente polarización. Al principio esa alternativa se vió encarnada por los radicales. Sin embargo, no fue sino hasta 1957 cuando se produce el nacimiento de la Democracia Cristiana que se habló de un centro político propiamente tal. Una vertiente que en plena guerra fría se enarbolaba como la alternativa a los mundos occidental y soviético. Inspirada en la cuestión social y el humanismo cristiano de Jacques Maritain, la DC, ese partido, originado en sectores acomodados con conciencia social, representó una especie de refugio de ciudadanos de todos los estratos sociales, que sintió la responsabilidad de erigirse como alternativa para sectores medios que navegaban en una deriva ideológica con la que no comulgaban, y terminó por abarcar desde las clases medias del banco del estado hasta juntas de vecinos y centros de madres de sectores populares.
Parecía ser que el centro adquiría por un largo tiempo un espectro político claro, anclado en los principios cristianos y asociados en términos prácticos a la esplendorosa social democracia de los años 60 y 70, que oscilaba sin problemas entre sectores de centro-izquierda y centro-derecha. Sin embargo, todo ello se derrumbó con la instalación de la denominada globalización y el término de la guerra fría. Pensamientos distintos lograron entre mezclarse, formando nuevas e híbridas combinaciones que dadas las nuevas formas de intercambio de bienes, servicios, ideas y principios configuraron un mapa político que, en el caso de Chile, fueron despolitizando poco a poco a la sociedad, hasta provocar un estado de desafección con los partidos en general. Esa democracia cristiana se fue desligando de una clase media que sustituía esos principios por tácticas asociadas al pragmatismo del cotidiano. El costo significó perder progresivamente más de 1 millón de votos, no enfrentar las graves fallas políticas que azotaron sus principios para finalmente terminar siendo el vagón de cola de una coalición que los dejó sin doctrina, sin proyecto, y sólo reservando cuotas de poder.
Un nuevo referente?
Como resultado de aquello, se comenzó a expandir lo que años más tarde el ex candidato presidencial Pablo Longueira denominaría el centro social. Una especie de mayoría silenciosa que camina el día a día distante de las coyunturas políticas, fuertemente ligada al pragmatismo, y cuyo foco es el de expandir su progreso a los más vastos niveles obteniendo los mayores espacios de libertad posible. Ese centro social fue el que aspiró a representar dicho candidato, pero sin embargo tras vencer en las primarias de su sector y comprobar que fue en los sectores acomodados donde pudo vencer, todo ese planteamiento se derrumbó. Desde entonces, un no despreciable número de candidatos, autoridades y movimientos políticos emanados de una evidente megalomanía narcisista han intentado dar vida a fuerzas y/o partidos de centro. Todos ellos, sin éxito. No ha habido hasta hoy grupos importantes de personas que se identifiquen fundamental e ideológicamente con el denominado centro político propuesto por líderes como Andrés Velasco o Lily Pérez y que terminen aglutinados en base a ideas u objetivos específicos.
Si tomamos en cuenta la clara polarización que ha vivido el país, las posibilidades de un centro fuerte y consistente disminuyen. Por el contrario, la década de los 90 con la concertación enraizó a un grupo de individuos con el denominado espectro de centro, que manifestaba una evidente conformidad con su progreso personal respaldada por la política de los consensos de aquellos años, cuyo sustento era el proyecto común de restablecer un régimen republicano de libertad.
Contrariamente, el escenario hoy es totalmente distinto, con un oficialismo que pasará a disputar la oposición política con la izquierda más definida en términos duros, y una oposición cuya ruta futura de gobierno a partir de Marzo no será fácil de cimentar. Se visualiza también un país lleno de ciudadanos de a pie en todos los estratos sociales, que se acostumbraron a la praxis, que confían cada vez más en su criterio personal en vez del manejo político de los asuntos sin poder estudiar con claridad qué es lo que en términos concretos persiguen en el ámbito político. Otro factor no menor son las tantas revueltas, sucesos y resultados inesperados, votos febles en función de candidatos más que de proyectos, y un salto de vallas cada vez más bajas para trasladarse desde una organización a otra. Dada esta incierta mescolanza que espera a Chile en los próximos años, ahora más que nunca no deja de ser atractivo e interesante intentar resolver este eterno misterio, que en términos ideológicos para muchos sigue sin respuesta: Hoy, Qué es ser de centro?
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