Según la Real
Academia de la Lengua Española (RAE), la palabra estulticia proviene del latín stultitia,
que quiere decir necedad, majadería. Por otra parte, dicen que una imagen
vale más que mil palabras. Y lo ocurrido el día jueves en la moneda es la mejor
prueba de ambas cosas.
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A la llegada
de Michelle Bachelet en 2013, Chile enfrentaba un naciente proceso de
polarización política. La sociedad ya se comenzaba a dividir en tres grandes
espectros: quienes apostaban por la continuidad del modelo de economía social
de mercado sin grandes modificaciones, los que estaban por reformarlo y concretar
un razonable proceso de modernización del funcionamiento de la sociedad chilena,
y quienes estaban definitivamente por reemplazarlo desde sus cimientos.
Política y mediáticamente, Michelle Bachelet parecía pertenecer al segundo
grupo; sin embargo, ideológicamente, nunca dejó de pertenecer al tercero. Su sonrisa
resplandeciente, además de potenciar su imagen maternal y eclipsar las críticas
respecto de su silencio por su gestión en su primera administración,
proyectaron el perfil de una líder que, tras los años como Secretaria Ejecutiva
de ONU-Mujeres, había logrado consolidar un capital político y de credibilidad
que penetró fuertemente en vastos sectores del país. Junto con ello, la
inclusión en sus lineamientos de programa de gobierno de una parte importante
de las demandas planteadas por los denominados movimientos sociales, no
hicieron más que acrecentar ese vínculo de credibilidad entre la entonces “mamá
de Chile” y el estado llano.
Todo ello se
derrumbó tras la partida de su segundo gobierno, que se propuso implementar un
ambicioso plan de reformas en áreas clave para el país. Dichas reformas no eran
entendidas en varios aspectos ni siquiera por sus propios autores, y los
paradigmas bajo los cuales estas se erigieron llevaron a producir el efecto
contrario del que se esperaba. En el caso del Ministerio de Hacienda, el ex
ministro Alberto Arenas diseñó una reforma tributaria cuyo propósito era incrementar
la recaudación fiscal con carga impositiva a las empresas para financiar la reforma educacional. Las
críticas y solicitudes de mayores tiempos de debate para encausar de mejor
forma la discusión de este proyecto no se hicieron esperar. Se advirtieron
desde un principio los efectos en la inversión, ahorro y recaudación. El
ministro Arenas, en medio de esta discusión, esbozó la siguiente frase: “júzguenme
por los resultados.” Hoy,
resultados en mano, hemos sido testigos de una histórica caída del ahorro, un
gigantesco frenazo de la inversión privada, y de una fuerte caída de la
recaudación de impuestos de un 12,4% a un 3,7%.
Con el fin de
proyectar una imagen moderada, y de generar confianza en el mundo empresarial,
arribó Rodrigo Valdés en reemplazo de Arenas. De entrada el nuevo ministro
manifestó su interés por dar urgencia a la simplificación de la reforma, así
como también su rechazo a la titularidad sindical y negociación por rama en el
caso de la reforma laboral, generando distanciamiento con el ala izquierda de la
Nueva Mayoría. Michelle Bachelet insistió en llevar a cabo el plan de reformas
a todo evento, y el hombre de Teatinos 120 comenzó un interminable proceso de
disputa con palacio, en su clásica tendencia al pragmatismo y a aportar con un
factor moderador al proceso que se llevaba a cabo en Chile. Co-existían a
regañadientes, los mundos de la praxis con el de las ideologías. El ministro
insistía en cuidar y resguardar el erario nacional, mientras que desde palacio
y desde los diversos comités políticos persistía, con majadera insistencia, la
idea de aumentar el gasto con presupuestos contra cíclicos, y el aumento de la
deuda pública. En paralelo, crecían los índices de desempleo, la inversión
privada continuaba descendiendo, y cada vez eran más los chilenos que
intentaban armar su vida laboral por cuenta propia, muchos de ellos sin éxito.
El caso
Dominga simplemente fue la gota que rebalsó el vaso. Luego que el proyecto minero que aspiraba a invertir dos mil millones de dólares, además de crear 10 mil empleos, superara todos los estándares legales, el comité de ministros dió luz roja, impidiendo su avance para su instalación en la comuna de La Higuera, ubicada 70 kms al norte de La
Serena. La molestia del ministro Valdés se reflejó cuando señaló que algunos no consideraban el crecimiento
económico del país como una tarea prioritaria. La respuesta no tardó en llegar
por parte de la propia presidente, quien señaló que el crecimiento de un país
tiene que ir de la mano de la protección del medio ambiente, que ese era
justamente un sello de su gobierno; un sello que, sin embargo, se ausentó tras
la aprobación de un nuevo relleno sanitario de 45 hectáreas en la comuna de Til
Til, con una vida útil de 29 años.
El resultado
de lo anterior no se hizo esperar. El equipo económico renunciado, dejó de
manifiesto la persistencia de la presidente por continuar, con su círculo de
hierro, en la vía de pasar la retroexcavadora y dejar establecidas sus reformas
a todo evento, como una especie de estulticia, que básicamente radica en no
querer aprender de los errores cometidos e intentar, con una mínima cuota de
humildad, rectificar el rumbo. La llegada de Eyzaguirre a Hacienda en reemplazo
de Valdés es una prueba de aquello, y en los meses que quedan, sólo resta
observar, con desazón, cómo el gobierno apuesta por tirar la casa por la
ventana en materia financiera.
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