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11S: Lección reprobada

Podemos pasar años de años repitiendo lo mismo, lamentando muertos políticos de todos los espectros, revisando y conmemorando hechos que nos dividen aún más de lo divididos que somos. Lo cierto es que son pocas las cosas que a los chilenos nos definen con clara nitidez (a proposito de una canción escrita por Víctor Jara, Ni chicha ni limoná, que metafóricamente retrata nuestro comportamiento). Una de ellas es ciertamente la hipocresía.

Génesis

Parto por aclarar que me auto-defino como demócrata, partidario de un gobierno liberal-libertario y afín a la construcción de una sociedad minarquista. Es por esa razón,  que me tomo la libertad para manifestar mi más profunda convicción respecto a que nuestro país fracasó aquel Martes 11 de Septiembre de 1973. Más que terminar un gobierno, más que poner fin a una república presidencial, y más que ver trizarse la carta magna que imperaba desde 1925, se desnudó la mediocridad política de una nación que, en plena guerra fría, fue conducida por la irresponsabilidad de revolucionarios que, especialmente en sus últimos tres años, no hicieron más que destruir los modestos y febles niveles de relativa decencia que imperaban en nuestro territorio.
La unión soviética y su ideal socialista y posteriormente comunista se propagó vertiginosamente en América Latina tras la revolución Cubana. Acaso ese y no otro fue el impulso para que partidos de izquierda como el Partido Socialista (PS) se declarara en 1967 marxista con apellido, Marxista leninista. La historia, conocida por todos, ha evidenciado una y otra vez que dicha corriente e ideología política no hace más que repartir pobreza, dependencia, sub-desarrollo, inflación, hambre y desesperación. Lo cierto es que ante la evidente efervescencia de instintos revolucionarios, y la creciente caída de peso del centro y el Freismo, la Unidad Popular se aventuró en su cruzada de encaminar a una nación hacia sus más pretenciosos fetiches ideológicos. Sin embargo, todo partió mal; la elección de su candidato fue el primer gran traspié que tuvieron que enfrentar. Un hombre que por cuarta vez enfrentaba una carrera presidencial, más bien social demócrata, considerado como aburguesado y moderado, debió lidiar con toda clase de conflictos, pues la verdad de las cosas, ser social-demócrata, o al menos pretender abrazar un talante aparentemente democrático era un asunto peyorativo. A ello se debe sumar la soberbia política de todos quienes rodearon a Salvador Allende, especialmente cuando de administrar asuntos se trata.

Tobogán sin salida

La consigna de ser los representantes de una supuesta voluntad popular, que no superó el 36.6% de los votos aquel 04 de Septiembre de 1970, los llevó a implantar casi sin contrapesos un estilo político basado en el ya conocido avanzar sin transar. Expropiaciones de fábricas controladas por militantes políticos, toma violenta y armada de millones de hectáreas y predios agrícolas, indultos masivos a delincuentes y guerrilleros confesos, emisión descontrolada de dinero sin respaldo, censura a medios de comunicación, internación de armas para posteriores actos de entrenamiento guerrillero, inflación de tres dígitos, estatización de la banca, control de las conciencias a través de la Escuela Nacional Unificada (ENU), etc. La lista es bien extensa, y no hace falta agregar más elementos para entender la rigidez ideológica de quienes sembraron odio de clases, pero sobre todo, la funesta idea que existir y vivir para otros antes que para sí constituye un elemento de superioridad moral per sé. Así y todo, no tuvieron la entereza de enfrentar las consecuencias de sus actos, salvo el propio Allende, que en una extraña mezcla cobardonamente-envalentonada se decidiera a poner término a su vida viendo fracasada su fundamentación político-filosófica, así como también la obra por la cual intentó materializarla. Atendiendo ello, no debería extrañar que a no pocos les  haya tomado por asalto el haber sido golpeados la triste mañana del Martes 11 y los dieciséis años y medio siguientes  por unas fuerzas armadas que, por presiones internas, quiebres políticos, y desorden generalizado decidieran alzarse argumentando una grave crisis económica, social, política y moral.

Ni perdón ni olvido

Se espera (por lógica) que cuando una sociedad ve fracasar sus experimentos políticos, aprenda a lo menos a recoger y sintetizar todo lo vivido en ellos para intentar aprender las lecciones de la historia. La primera de ellas es el descuido y sistemático manoseo de la democracia en tanto concepto como régimen de gobierno. Fue justamente la caprichosa pretensión de instaurar un régimen totalitario en el largo plazo lo que derrumbó a Chile. La democracia requiere sacrificios y esfuerzos de todos sus actores, porque es, en primer lugar, una actitud ante la vida, que sólo emparejada con la libertad y el respecto ir restricto de los derechos naturales de cada individuo puede empujar a una sociedad hacia su desarrollo pleno y lo más amplio posible. Ello es lo que justamente desconcierta a quienes observan con estupor como, 45 años después,  hay nuevas camadas de generaciones que, desconociendo la historia u obviando aspectos fundamentales de ella, aspiran a re escribir bajo nuevos reciclados, una historia parecida a aquella que nos separó, hundió y condujo hacia una espiral que pocos quisieran enfrentar. El paisaje sigue siendo el mismo, una izquierda incapaz de re pensar y criticar su pasado, encerrada en sus mártires añorados año a año, atrapada en sus agendas llenas de relatos limitados a conmemorar a sus caídos más que hacer un juicio crítico de sus hechos, y lo peor, sumida en su más plena ignorancia del funcionamiento de la naturaleza humana. El juicio de la historia los acusará y sacará de la poltrona de la moral. Para entonces, no tendrán ni perdón ni olvido, y sumarán a su lista de elementos otra lección reprobada de su historia, que los condenará a seguir sintiendo el el aroma que tiembla del perfume callado de una plegaria trunca.



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